De las calles de París a Siria: por qué ISIS es atractivo para algunos jóvenes europeos

De las calles de París a Siria: por qué ISIS es atractivo para algunos jóvenes europeos
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Poco a poco, las autoridades francesas van uniendo las piezas que componen el puzzle de los atentados del pasado 13 de noviembre en París. Sabemos ya que la mayor parte de los autores involucrados en las matanzas habían nacido o bien en Francia o bien en Bélgica, y que el cerebro tras la operación responde al nombre de Abdelhamid Abaaoud, un belga de 27 años adiestrado en Siria. Un europeo que, como miles de otros, se ha enrolado en las filas de ISIS. ¿Por qué?

La pregunta es lógica y habla de los muchos problemas que las sociedades y los estados europeos afrontan a la hora de combatir al Estado Islámico. El enemigo también está en casa, viaja a Siria, regresa y comete atentados en el suelo que le vio nacer. Los motivos que llevan a un joven francés o británico a dejar la sociedad en la que vive para alistarse a un ejército en pleno desierto sirio son complejos, pero es posible esbozar un pequeño dibujo sobre sus motivaciones, sobre las razones que hacen de los países europeos otros viveros de terroristas en potencia.

No sólo se trata de los dos atentados yihadistas que ha sufrido París en el último año. Desde el surgimiento del Estado Islámico como agente político determinante en Irak y Siria, a mediados del año pasado, las informaciones sobre los miles de europeos combatiendo en sus filas se han multiplicado. En 2014, la BBC hablaba de 3.000. La cifra ha aumentado desde entonces, aunque es muy complicado saber hasta qué punto. Este agosto, The Daily Telegraph estimaba alrededor de 20.000 soldados extranjeros luchando por ISIS. Más de 1.500 eran franceses.

Unirse a ISIS: ¿el resultado de la desigualdad?

Son cifras que impresionan a sociedades, las europeas, acostumbradas a vivir ajenas a la violencia política y en un entorno seguro, democrático y estable. El lienzo es perturbador. Hace un año, una encuesta realizada por Russia Today (y que, por tanto, debe ser interpretada con todas las precauciones posibles) afirmaba que alrededor de un 16% de los encuestados franceses no veía con malos ojos a ISIS. El porcentaje se reducía al 2% para Alemania, y al 7% para Reino Unido. Cuanto más joven fuera el preguntado, más probable sería su apoyo al Estado Islámico.

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¿Qué está pasando? Una explicación plausible es la inmigración. Francia cuenta con amplias bolsas de población musulmana repartidas por todo el país. La inmigración ha contribuido a que el país mantenga un régimen demográfico a la vanguardia de Europa. Sin embargo, su proceso de asimilación dentro de la sociedad francesa no ha sido muy exitoso. Este año se cumple el décimo aniversario de los disturbios en las barriadas periféricas de París: miles de jóvenes, hijos de hijos de inmigrantes, protestaban porque se sentían al margen de Francia, del Estado en el que vivían.

En Francia, los hijos de los hijos de inmigrantes musulmanes viven al margen del resto del país, en barriadas pobres y abandonadas a su suerte por el Estado

La marginalización del Islam y de los musulmanes en Francia ha sido debatida de forma amplia y sostenida durante los últimos años, pese a que el estado francés, a lo largo de su historia, se ha mantenido al margen. En parte, su beligerancia para con sus ciudadanos musulmanes le ha convertido en un objetivo predilecto del yihadismo. A nivel social, las banlieues, las barriadas de París donde viven los inmigrantes magrebíes, están degradadas, cuentan con pocos servicios sociales, una alta tasa de paro y grandes dificultades y penurias económicas. Siguen apartados.

La tentación es grande: se tiende a correlacionar la marginalización de los jóvenes franceses hijos de hijos de inmigrantes con yihadismo. La vía de escape apta para un mundo carente de oportunidades, además de un lugar donde poder hacer gala sin oprobio alguno de su religión.

¿Es exactamente así? El proceso es más complicado. New Yorker, la publicación que más y mejor ha tratado la cuestión en diversos artículos de profundo calado, publicaba el pasado agosto un extenso reportaje de George Parker sobre "La otra Francia". En él, el periodista visita las banlieues y trata de esbozar un retrato de los suburbios de París y de sus protagonistas. Parker concluye que se tiende a abusar del estereotipo: si atendemos al perfil real del yihadista que huye de Europa para recalar en ISIS, no existe un patrón de clase. Los hay burgueses, de clase media, no residentes en guetos.

Un joven católico belga, en Siria

Tomemos el ejemplo de Jejoen Bontinck. Nacido en Nigeria pero residente desde muy pequeño en Bélgica, Bontinck no encaja con el relato anterior. Acudió a la prestigiosa escuela Onze-Lieve-Vrouwecollege de Amberes, fundada y gestionada por jesuitas, y se educó en una familia eminentemente católica (su madre, nigeriana, era cristiana). Sin embargo, terminó sumándose a rebeldes yihadistas sirios antes incluso del surgimiento del Estado Islámico en 2014.

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Tras dejar su instituto por sus pobres resultados académicos y romper con su novia, Bontinck, con quince años, inició el camino que le llevaría a Siria. Deprimido y desorientado, comenzó a salir con una chica marroquí y se convirtió al Islam. Primero acudió a mezquitas convencionales para flamenco-parlantes, donde los imanes instruían en cuestiones relativas a la fe, los pilares básicos de la religión y la importancia del trabajo social. Poco a poco, sin embargo, socializó en ambientes más radicales, hasta que terminó englobado en un pequeño grupúsculo llamado Sharia4Belgium.

Educado en una familia y en un colegio cristiano, Bontinck se convirtió al Islam en su adolescencia, y terminó luchando junto a otros yihadistas en Siria antes del surgimiento de ISIS

En Sharia4Belgium, Bontinck, aprendería las lecciones básicas del yihadismo. El grupo abogaba por la implantación de la sharia en Bélgica, y estaba en contacto con otras organizaciones semejantes de Inglaterra y de Holanda, con las que intercambiaba alumnos. A menudo, estos eran jóvenes sin trasfondo religioso, muchos de ellos conversos. Para los líderes radicalizados centrados en captar nuevos seguidores, eran más sencillos de convencer y de manipular que otros musulmanes.

Si bien Bontinck no terminó enrolado en ISIS (más bien, prisionero del grupo: su historia es fascinante), sí lo hizo el hombre británico que asesinó a James Foley, periodista norteamericano apresado por el Estado Islámico y ejecutado el año pasado en un vídeo difundido por todo el mundo (Bontinck compartió celda con Foley, por cierto). Al margen del estrato social y de la religión, es evidente que ISIS tiene un atractivo ideológico para muchos jóvenes que observan en su mensaje revolucionario y trascendente una causa por la que luchar, por más aberrante que sea.

Lo explica de forma brillante Scott Atran en The Daily Beast. Mientras los gobiernos occidentales, como el norteamericano, se limitan a realizar campañas genéricas sobre la importancia de no viajar a Siria para enrolarse en el Estado Islámico, a menudo centradas en un mensaje negativo (y por tanto menos poderoso y atractivo), ISIS hace lo contrario. Recluta de forma individual, en nodos cercanos y limitados y con personas radicalizadas que se dedican a buscar a miembros vulnerables de su entorno o a jóvenes que buscan "aventura, gloria y significación".

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El yihadismo encarnado por ISIS cuenta con un relato simplificado del mundo, binario y altamente idealista, en el que presenta una lucha épica contra un enemigo, a su modo de ver, bárbaro. Al mismo tiempo, aboga por construir un mundo distinto, por más que sea despreciable y nocivo. Su atractivo es real y tangible, y muchos jóvenes europeos pueden acercarse a él por su carácter rebelde, y por un idealismo mal encauzado. De momento, Europa no sabe cómo luchar contra ello.

De forma paralela a este fracaso, el radicalismo crece en Europa al otro lado del tablero político. Los países de Europa del Este son abiertamente hostiles a la llegada de refugiados musulmanes, y algunos abogan sólo por recibir cristianos. En Francia o Alemania, movimientos políticos como el Frente Nacional o Pegida muestran su rechazo a la cultura musulmana y su retórica se enmarca dentro de un discurso soterradamente xenófobo. Esto se enmarca dentro de la visión de ISIS: mundos irreconciliables y en lucha. Extremos que se retroalimentan.

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