Los seres humanos nos sentimos atraídos por las malas noticias. Ha ocurrido siempre. Todos recordamos dónde estábamos cuando supimos del atentado del 11S y cómo seguimos pegados a la televisión durante días atentos a la información que llegaba desde Nueva York. El incendio de Notre Dame, los atentados de París, Madrid o Londres son algunos otros ejemplos. No recordamos con la misma claridad otros atentados similares acaecidos en países de África o Asia. Pero no lo hacemos porque los medios de comunicación no nos los pusieron en bandeja. Cuando lo hacen, caemos en una vorágine de datos, imágenes y clics que puede tenernos pegados a las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos durante horas. Si alguna vez lo has hecho, es que tú también has sido “víctima” del doomscrolling.

Este es un término relativamente nuevo, cuyo origen no está del todo claro, aunque parece ser que se empezó a extender en 2018, a pesar de hacer referencia a un hábito casi tan antiguo como el ser humano. No obstante, últimamente podemos leer mucho más sobre él. No es para menos, si hay un año de nuestra historia reciente idóneo para leer malas noticias, ese, sin duda, es el 2020.

El baile de cifras diario, las imágenes de calles llenas de ataúdes en varios países el mundo, las manifestaciones negacionistas, los hospitales abarrotados… Todo eso captura nuestra atención en los medios de comunicación, pero sobre todo a través de las redes sociales. La introducción de sus algoritmos en la ecuación está llevando a que el doomscrolling sea mucho más que pasar horas sentados frente al televisor esperando a ver el desenlace de las malas noticias. Es un hábito que está empezando a mermar nuestra salud mental, según alertan muchos psicólogos. ¿Pero cómo pueden ejercer las redes sociales ese poder sobre nosotros? Y, sobre todo, ¿es posible luchar contra ellas?

La explicación evolutiva del 'doomscrolling'

En declaraciones al medio de noticias Health, el investigador del Instituto Neurológico del Estado de Ohio Ken Yeager explicaba recientemente que, en realidad, el doomscrolling tiene una explicación evolutiva. Se debe a que los seres humanos estamos “programados” para sentirnos atraídos por lo negativo. Esto nos permite estar alerta.

Si nuestros antepasados no hubiesen estado atentos a todo lo malo que ocurría a su alrededor, quizás la especie lo hubiese tenido mucho más difícil para sobrevivir. Es precisamente el mismo motivo por el que la ansiedad puede considerarse beneficiosa desde un punto de vista adaptativo, siempre que no suponga un perjuicio.

El problema es que, del mismo modo que la ansiedad puede desbocarse, la atención hacia lo negativo también. Y las redes sociales y los medios de comunicación tienen un papel esencial en que esto ocurra.

El papel del algoritmo

Si bien no hacen referencia directa al doomscrolling, este es un tema que se trata en parte en The Social Dilemma, el documental que actualmente rompe récords de audiencia en Netflix.

En él se habla de un método conocido como refuerzo intermitente positivo, consistente en dar una “recompensa” a nuestro cerebro de forma intermitente, sin seguir ningún patrón. Es la razón por la que cada vez que actualizamos la página hay algo nuevo, solo para nosotros, ya que nadie tendrá esa misma información. Pero lo que vemos no es casual. Se basa en nuestros gustos, aquello que ha captado nuestra atención antes. Y si con anterioridad nuestro instinto primitivo nos llevó a leer malas noticias, el algoritmo seguirá regalándonoslas poco a poco, hasta dejarnos enganchados a ellas.

En este punto, esta información negativa deja de ser algo necesario para tenernos alerta y se convierte en una intensa fuente de ansiedad. Lo advirtió recientemente en un artículo para npr la psicóloga clínica Amelia Aldao y también la doctora Thea Gallagher en Health.

Chatbot en pandemia
Denis Kan / Unsplash

¿Podemos luchar contra el 'doomscrolling'?

En situaciones como la pandemia que estamos atravesando, es necesario mantenerse informado. Sin embargo, hay que encontrar un límite entre estar al día y sumirnos en un mar de ansiedad.

Para ello, la doctora Gallagher aconseja establecer un tiempo determinado para pasar en las redes sociales. De hecho, este es el mismo consejo que recomiendan los expertos que intervienen en The Social Dilemma.

Además, si nos obsesionamos leyendo malas noticias puede llegar un momento en que distorsionemos la realidad y no seamos conscientes de las buenas. Por eso, los expertos recomiendan trabajar en este punto. El doctor Yeager, por ejemplo, aconseja que nos paremos a pensar cada día en tres cosas buenas que nos hayan pasado, por muy pequeñas que sean.

Con el tiempo, esto llevará a que los hechos positivos se vuelvan más significativos y no sea vean eclipsados por los negativos.

Un término nuevo para un problema antiguo

El doomscrolling no es más que un término nuevo para hacer referencia a algo que nos ha pasado desde que las redes sociales entraron en nuestras vidas. Gracias a ellas se ha logrado reunir a familias separadas durante años, se han dado a conocer proyectos interesantes o ha recaudado dinero para fines muy necesarios. La filantropía del pianista James Rhodes, por ejemplo, es uno de los casos más recientes de la cara buena y necesaria de las redes sociales.

Pero también tiene un lado muy negativo, al que debemos estar atentos. Estamos más expuestos a todo tipo de información y, aunque creamos que nosotros elegimos la que queremos consumir, no siempre es así. Por eso, no importa si le llamamos doomscrolling o evitamos términos modernos. Ante la pandemia o cualquier otra situación negativa, es importante no fiarnos de todo lo que nos llega, quedarnos con fuentes fiables y, sobre todo, entender que leer más noticias no nos hará sentir mejor, sino todo lo contrario. La situación ahí fuera seguirá siendo la misma, tanto si leemos cien malas noticias como si solo abrimos dos. Por nuestra salud mental, intentemos no regodearnos en ellas.

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